jueves, 14 de abril de 2016

El trabajo sucio.

Llevo muchísimo tiempo sin publicar en el blog. Lo sé. Soy consciente de ello. No es que no haya tenido nada que decir, aun al contrario, pero ni el tiempo ni las fuerzas me han acompañado para dedicarle un poquito de tiempo al Diario. Hoy sí. Hoy me veo en la necesidad de escribir, de quejarme (como siempre, diréis), de decir unas cuantas verdades o, más que de decirlas, de hacerlas públicas.

Probablemente yo soy la profesora más mediocre que tienen mis alumnos. No voy a discutir este hecho ni lo voy a poner en duda, os daré ese placer. Sin embargo, también os puedo decir que mis clases son de las más disciplinadas de todo el centro. Se habla cuando se tiene que hablar, se calla cuando se tiene que callar y los alumnos normalmente tienen de 10 a 30 minutos para realizar sus actividades en clase, así les puedo resolver dudas. Y trabajan. Mucho. En orden. En ese silencio relativo que se crea en un entorno de trabajo tranquilo, productivo. También, de un modo u otro, les intento premiar por ello.

Sin embargo, la labor educativa es mucho más que esos 55 minutos por sesión que pasamos en el aula. El centro es mucho mayor y nos implica a todos, y no hablemos ya de la comunidad educativa. ¿De qué sirve un profesor excelente en su materia pero que se esconde en los despachos para eludir cualquier responsabilidad? ¿De qué sirve que en la sala de profesores haya seis docentes corrigiendo o preparando clases (algo importantísimo) si ninguno de ellos es capaz de salir cuando se produce un altercado o cuando hay un alumno expulsado? Hay momentos en los que la responsabilidad no recae sobre un único profesional, sino que nos afecta a todos. O al menos debería afectarnos a todos.



Ser profesor es mucho más que dar la clase, y nuestra profesión no se acredita sólo con ganar la oposición. Eso te certifica administrativa y académicamente como funcionario de carrera, pero no serás profesor hasta que no vivas tu centro y tus alumnos y te impliques en su funcionamiento, en su aprendizaje, en todos y cada uno de los pequeños aspectos, por minúsculos que sean, que forman parte de la labor docente.

Es lamentable ver como algunos profesores, y esto pasa en todos los centros, no se levantan de la silla si no tienen una hora específica asignado y/o se les pide expresamente su colaboración. Es algo deplorable. Así de claro lo digo, aunque me gane mil y una enemistades. Por poner un ejemplo, no me parece normal que haya una pelea en el pasillo y que nadie se dé cuenta, menos normal me parece que algunos escurran el bulto. Que luego cuando sucede una desgracia nos rasgamos las vestiduras, y son cosas que se pueden evitar con la colaboración y el trabajo de todos y haciendo un ejercicio de corresponsabilidad.

Muchos me dirán que "lo hago porque quiero". ¡Por supuesto! ¡Faltaría más! Ahí reside el problema: muchos no quieren. No quieren ver esa parte de nuestro trabajo, la de mediadores, la de agentes de prevención de la violencia. O arrimamos todos el hombro, o tendremos que poner a la policía a vigilar los pasillos en los cambios de clase y durante los recreos. Se habla mucho de la violencia en las aulas y de la irascibilidad de los alumnos, ¿pero qué se hace para neutralizar esto? Si algunos docentes son incapaces de llamar la atención a un alumno que está rompiendo algo, ¿cómo podemos pretender que ese mismo "profesional" se ponga en alerta ante un acto violento? Las grandes cosas empiezan con gestos pequeños, pero hay que empezar.

Que luego los que más se quejan son los que menos hacen. Y así nos luce el pelo. Os lo dice media interinucha.