miércoles, 19 de septiembre de 2012

Aprender a aprender

Sí, compañeros: Hoy os voy a hablar de las competencias básicas. Tranquilos, no os voy a hablar de ellas desde un punto de vista teórico ni os voy a decir lo que son para mí, porque como me contestó (de muy malas maneras) una miembro de mi último tribunal de oposiciones la teoría nos la sabemos todos.

La necesidad agudiza el ingenio, y aunque yo aún no estoy totalmente depauperada gracias a mi situación de desempleada, sí que procuro ahorrar unos eurillos. Mi afán de chica ahorradora ha hecho que hoy recordara mis conocimientos de Tecnología de mis tiempos de ESP y me pusiera a arreglar/modernizar/tunear/acondicionar dos lámparas de mesa. He reutilizado un par de pies de lámpara de madera que hacían juego con mi habitación y he ido a por unas campanas, para no tenerlos que tirar. Aunque tengan 30 años son bien dignos y quedan bien monos. Resulta que las tulipas eran muy baratas, pero sólo las había de rosca pequeña, por lo que he decidido comprar un portalámparas para ahorrarme la gasolina de ir a Palma y al llegar a casa me he puesto manos a la obra:

1. Corta cable. Quita portalámparas viejo.
2. Pela cable. Coloca portalámparas nuevo.
3. Comprueba que funciona. Funciona a la primera. OK. No funciona. Repite el proceso mejorándolo.
4. Coloca todas las piezas y la tulipa.

Esto que aquí parece tan simple conlleva toda una técnica. Con la primera lámpara he estado media hora y he tenido que pelar el cable tres veces porque me lo cargaba. Esto de pelar los cables es todo un arte. Luego no se me abrían los tornillos del portalámparas y a punto he estado de desistir, pero a fuerza de persistir y de ir cambiando de destornillador el tornillito ha girado y voilà! he podido colocar el cobre dentro. Pero vaya, la lié parda, y me olvidé una pieza, así que tuve que volver a repetir el proceso. Fatigoso, sí, pero la ilusión que se me puso en la cara al colocar la bombilla, enchufar el cable y ver que la luz resplandecía es algo difícil de explicar. Lo había logrado. Ahora tocaba la segunda lamparita. Con ésta todo fue rodado y estuve menos de 5 minutos. Si no fuera por mis ganas de aprender algo nuevo, de crear, de indagar, de elaborar, de manufacturar, de ilusionarme... ahora mismo no tendría lucecitas en el cuarto. Y las tengo, vaya si las tengo.

Una de mis lamparitas, brillando en la oscuridad por primera vez.


De acuerdo: mi futuro como manitas de la electricidad y la iluminación os importa bien poco. Lo entiendo. ¿Pero acaso no es el mío el mismo sentimiento inefable que experimentan los alumnos al lograr algo que para ellos parecía imposible o, cuanto menos, fuera de lo común? Aprender a aprender se basa en la curiosidad, en la necesidad, en aplicar todos los conocimientos y habilidades que uno tiene para mejorar su entorno y seguir aprendiendo. Aprender a aprender implica descubrir, tocar, practicar, equivocarse, errar, fallar, logar un éxito, hacer camino y llegar a puerto, o no, o simplemente detenerse a disfrutar de una de las posadas con las que uno se encuentra a lo largo de la caminata porque ése es un lugar afable, un lugar que, bien pensado, también podría ser un destino.

Si hay algo que difícilmente puedo borrar de mi memoria es la cara de satisfacción de los alumnos cuando consiguen un éxito que se les antojaba imposible o, cuanto menos, lejano. Es un éxito a su nivel que les permite seguir avanzando y mejorar porque se dan cuenta de que "ellos pueden". Recuerdo con especial cariño la carita de un alumno mío, ANEE para más señas, con severas dificultades de lenguaje que, tras lograr leer un libro adaptado a su nivel de manera totalmente autónoma realizó un trabajo digno de elogiar y sacó 8. Lo fantástico no fue que sacara un 8. Lo fantástico fue que leyó una obrita él solito, por sí mismo, porque él sabía que era capaz, porque él sabía que yo sabía que él sería capaz, porque se propuso una meta y la cruzó de sobras, porque sacó lo mejor de sí mismo, porque aprendió el verdadero significado de la palabra "descubrir", porque se equivocó y repitió miles de veces algunas de las páginas del trabajo sin que nadie se lo pidiera, porque buscaba la perfección, su perfección, su realización, su éxito, su aprendizaje, sus ganas de seguir aprendiendo. Buscaba reconocimiento. Buscaba cariño. Buscaba sentirse válido. Buscaba una nota que se ajustara a su esfuerzo más que a su resultado.

Pero este chaval encontró mucho más: encontró una nota que era justa para con su trabajo; encontró que "misteriosamente", el boli de la profesora se había "olvidado" de marcar algunos errores; encontró que él había sido capaz de crear algo bello; encontró que, si había logrado leer un libro él solito por primera vez, bien podía hacerlo una segunda vez. Y así fue.

Este chico no pidió ayuda a nadie durante el proceso, no por cabezonería, no, esta vez no era cabezonería, esta vez era orgullo propio. Era un "YO PUEDO, Y YO PUEDO SOLO". Era un "YO SOY CAPAZ". Era un "SI ME EQUIVOCO, AL MENOS LO HABRÉ INTENTADO". Era un "SI LO INTENTO, TAL VEZ PUEDA LOGRAR ALGÚN RESULTADO". Era un "¿Y SI ESE RESULTADO ES BUENO?". Y lo fue.

Él sabía que tenía un plan B, alguien a quien preguntar, pero no lo hizo. Nos mostró a todos su esfuerzo y su trabajo. Nos demostró que cuando se quiere, se puede. También nos demostró que ante la necesidad uno no tiene más remedio que luchar. Esto es aprender a aprender, y no las estupideces que tengo que poner en la programación y aparecen en cientos y cientos de documentos administrativos de la Consejería. Aprender a aprender es espabilarse. No hay más. Autonomía e iniciativa personal es buscar soluciones en vez de ver problemas. Si las juntamos y las desarrollamos en nuestros alumnos tendremos ciudadanos perfectos.

Os aseguro que todos mis alumnos son personitas perfectas y maravillosas. No en vano una de mis nenas siempre me decía "Profe, tú a veces nos gritas mucho, pero también nos quieres mucho, ¿verdad?" Jajajaja. Me parto. ¡Cómo me calaron! Les soltaba algún berrido -para que espabilaran, y os aseguro que funcionan-, pero os aseguro que eran de las pocas clases que, cuando estuve de baja y coincidió con las bajas de muchos otros profesores, supieron organizarse autónomamente, arreglar la clase, hacer los deberes y mantener el orden ¡AH! ¡Y tenerme informada vía e-mail! ¿¡Qué más les podía pedir?! Habían aprendido a superarse. Habían adquirido técnicas que les permitían mejorar. Habían madurado.

Me estoy poniendo ñoña. Necesito volver a dar clase. Echo de menos a mis chiquimonsters. Mucho.

2 comentarios:

  1. Isabel, ja t'imagin entrevistada per Eduard Punset com a nova gurú de l'educació. Les teves reflexions són molt encertades, demolidores i amb un punt de mala llet que les fa molt fresques, a banda d'estar molt ben escrites. Enhorabona i que no tardis molt a veure els xiquimonsters.

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    1. Gràcies pel teu comentari, Joan!! Al pobre Eduard Punset, tan mesurat ell, el faria tornar boig!! Jajaja. Fris de fer feina!! Tu ja en tens? Ànims i sort!

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