Pese a ser un producto Logse con el título de borrega (llámese graduado en ESO), creo que llegué dignamente a un Bachillerato de Humanidades, del que salí con notas mediocres pero sobradamente preparada para llegar a la universidad -en la cual estudié Filología con un plan antiguo, pero eso os lo contaré otro día-. Y obviamente llegué a una universidad pública y estudié con beca los cinco años de carrera. Probablemente mis actuales alumnos no vayan a poder decir lo mismo, aunque no haya pasado aún mucho tiempo desde aquel 1 de octubre -miércoles- en el que empezaba a las 8 de la mañana mis clases universitarias (esto también os lo contaré otro día).
Mis alumnos tampoco podrán contar que tuvieron unas condiciones dignas para estudiar en la escuela pública, pues el año que viene serán más de 30 en aulas muy pequeñas. Tampoco podrán experimentar la sensación de saber, de haber aprendido, de estar preparados, puesto que los profesores -saturados de horas y de trabajo- estarán demasiado ocupados en cubrir un currículum que se debe impartir por ley y no podrán prestar atención al aprendizaje significativo ni a individualidades (olvidémonos de los NESE, ACI, etc.).
Cuando la gente oye protestas a favor de la educación pública automáticamente piensa: "Los profesores quieren cobrar más, son unos vagos, con lo bien que viven siendo funcionarios..." Pues ni todos los profesores son funcionarios de carrera (ni muchísimo menos), ni todos tienen el "espíritu del funcionario", ni precisamente nos quejamos para cobrar más (que no estaría mal, pero no, no van por ahí los tiros). Los profesores -y la comunidad educativa en general- nos quejamos de que cada vez trabajamos en peores condiciones y, por ende, la situación nos obliga a ofrecer un peor "servicio".
Y es precisamente ese "servicio precario" (uso términos de la empresa privada para que la gente me entienda) el que llega a nuestros alumnos, vuestros hijos, vamos... ¡quienes pagarán nuestras pensiones! Bueno, no, a nosotros ya no nos llegarán las pensiones. A lo que íbamos: la calidad de los alumnos de hoy será mucho menor que la que recibí yo, y casi me atrevería a decir que será incluso peor que la que recibió mi madre en las postrimerías del franquismo en un pueblo del sur de Tenerife.
No sabrán ni sabrán hacer. Porque claro, hoy en día dar "contenidos" no está de moda, no es molón, no es "cool" pedagógicamente hablando. Hoy, por contra, debemos enseñar a saber hacer. ¿Pero a saber hacer qué? Eso que en el anterior currículum se llamaban conceptos, procedimientos y actitudes hoy se llama "competencias básicas" (cómo no, otro día os hablaré de ellas). De tanta competencia nos han hinchado que han hecho de nuestros alumnos unos incompetentes, y más incompetentes aún son los políticos que se supone que lo tienen que arreglar.
Aunque personalmente sea partidaria del aprendizaje tradicional (a lo largo de miles de años ha dado frutos), también veo las virtudes del trabajo por proyectos, siempre y cuando implique un esfuerzo por parte del alumno y desarrolle en él la capacidad de organización, la autonomía y el aprendizaje de nuevos contenidos, y nunca como sustituto lúdico del proceso de enseñanza. Esto supone mucho trabajo por parte del profesorado y muchas horas de coordinación que escasean ahora y serán inexistentes en los cursos venideros. El aprendizaje tradicional sólo es realmente apto en aquellas clases con una conducta más o menos aceptable en las que todos los alumnos sean capaces de trabajar autónomamente y puedan aprender a buscar información en libros, en apuntes, etc. No hace falta que os diga que la disciplina es precisamente uno de los aspectos más abandonados hoy en día dentro de la enseñanza.
Habíamos llegado a un punto de estabilidad en el que, dentro de las zozobras que se sufrían cada cuatro años por el cambio de gobierno, se resistía y se podía llevar a cabo un trabajo continuo. Hoy en día la educación ya no zozobra. Se va directamente a pique.
Desengañémonos. España no es como el resto de Europa. No podemos aplicar aquí métodos de Finlandia porque estamos hablando de sociedades muy diferentes. Hace poco, en un bar de Mahón, me encontré con unos padres preocupados por la futura enseñanza de su hija de dos añitos. Ante la pregunta de "¿Pero cuál es el mejor sistema?" que se cernió sobre mí y sobre mi estupefacta compañera de trabajo no se me ocurrió cosa más sensata que decir "Pues el que necesite cada alumno y el que le vaya mejor a cada uno".
No creo que nadie tenga recetas mágicas para el éxito escolar en particular ni para la salvación del sistema educativo en general, y quien diga que sí o miente o es político (vaya redundancia). Siempre decimos que los alumnos necesitan estabilidad: emocional, económica, familiar, etc. ¿Qué hay de la estabilidad educativa? ¿A dónde van a parar los impuestos de los papás? ¿Cómo explicaremos dentro de 10 o 15 años a los adolescentes de hoy que permitimos que se jugara con su educación?
Así estarán las clases el curso que viene, con alumnos por el suelo.
No me molesta tener 36 alumnos por clase, me molesta no poderlos atender individualmente. No me molesta que los centros educativos se conviertan en centros de reclusión matutina, me molesta que no seremos capaces de ver conflictos subyacentes o de controlar una clase de 20 energúmenos de 1'80 que tienen intimidados a los otros 20. No me molesta quedarme en el paro, me molesta que personas formadas pierdan su empleo y encima se vean desprestigiadas. No me molesta que me aumenten las horas y me bajen el sueldo, me molesta no poder dar abasto a todo mi trabajo y no poder satisfacer las necesidades de mis alumnos (esto es particularmente frustrante). No me molesta que se creen materias afines, me molesta tener que dar clase de una materia que no es la mía puesto que no podré ofrecer calidad. No me molesta que no haya PT, AL, etc, me molesta que un alumno no pueda avanzar en su aprendizaje porque alguien le ha privado de sus derechos. No me molesta que volvamos a un sistema educativo antiguo, me molesta que implantemos un sistema desfasado para la sociedad actual. No me molesta poner orden en clase -es algo que me encanta-, me fastidia sobremanera que mi labor se vea reducida a la de domadora de fieras. No me molesta que no se cubran las bajas, me revienta que varios grupos de alumnos se queden casi un mes (o más) sin tener clases de una asignatura. No me molesta que quieran eliminar el catalán de las aulas, me apena que se estén cargando la cultura de más del 20% de la población española con total impunidad. No me molesta que hagan recortes, me cabrea que se pasen la Constitución por donde no se puede mentar y que el dinero que es de mis alumnos se lo lleven los señores de Bankia. No me molesta que se reajuste el sistema educativo, me indigna que señalen al colectivo de profesores como culpable. No me molesta todo lo que sale en los periódicos, me molesta la mentira y la demagogia. No me molesta que se carguen un sistema que, pese a que muchos digan lo contrario, es eficaz y casi ejemplar (véase una generación entera de titulados universitarios que emigra a por ofertas de trabajo en otro país), me repatea que se carguen dos generaciones. Porque sólo quieren eso: eliminar cualquier atisbo de pensamiento crítico.
Grande Mafalda, grande.
Siento que hayáis tenido que leer este párrafo tan grande, pero no os podéis imaginar la satisfacción que he sentido hoy cuando alumnas del IES en el que trabajo, desde primero de la ESO hasta segundo de Bachillerato, informaban a los viandantes sobre los recortes y les pedían un poco de solidaridad para con su futuro, independientemente de ideas políticas. La educación es un acto de sensatez y responsabilidad y son precisamente muchos alumnos los que la demuestran, y no quienes quieren impedírselo. No sé cómo contestarle a un alumno mío ACI significativa cada vez que me pregunta por qué no tiene una maestra de apoyo que sustituya a la compañera que está de baja por maternidad. No sé cómo contestarle. Tal vez algún gerifalte de la Conselleria o del Ministerio pueda venir a mi clase de 2º y responderle con un poco de sensatez. Los alumnos no son tontos, gracias a Dios se dan cuenta de todo y, tarde o temprano, castigarán a aquellos que les han negado un futuro.
No es una cuestión política, es una cuestión de sensatez, de responsabilidad, de no destruir un sistema público de calidad que nos ha costado años conseguir (bueno, a quienes son 10 o 15 años mayores que yo; yo tuve la suerte de encontrármelo montado). Invito desde aquí a cualquier político, periodista, personaje dicharachero, tertuliano, director general, inspector, etc. a que acuda a una de mis clases, pueda auditar mi trabajo, vea y conozca a mis alumnos, hable con ellos, les permita preguntas y que, si puede y tiene un poco de vergüenza, se las conteste.
Bel, un 10 aquest article, completament d'acord amb tu.
ResponderEliminarVaig provar les opos al 2010, després d'haver-les afrontat a Catalunya i quedar-me fora per no tenir mèrits (la nota, no era un 5, era bastant més) i vaig decidir ser docent sense experiènci per VOCACIÓ, però aquest parorama és desolador, només ens donen branca i branca. Quan no és la desmotivació de l'alumnat, és veure que companys no tenen les motivacions vocacionals que ens han mogut a nosaltres, o el que més molesta el DESPREGISTI DE LA SOCIETAT. Tal volta, fa falta que es perdi allò (en educació) hem gaudit nosaltres per a que les futures generacions tenguine en compte el que han perdut. És una vertadera llàsitma... Enhorabona per l'entrada. Muacks
Gràcies pel teu comentari! Estic totalment d'acord amb tu. Només es valora una cosa quan l'has perduda.
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